sábado, 21 de julio de 2007

ECUMENISMO

ECUMENISMO

Desde siempre la humanidad anheló la paz con esperanza, con nostalgia. Siempre la humanidad fue contraria a la violencia, a la guerra, y sigue creyendo que al final, la paz será la que dirá la última palabra.

Shalom, la paz, es una antigua promesa que encontramos tanto en el A.T. como en el N. T.

Paz no significa solamente silencio de las armas.

Paz es el ordenamiento que Dios quiere para todas las cosas, un mundo donde todos podamos vivir juntos sin violencia, vivir en libertad y con felicidad. Es la paz en lo más íntimo del corazón.

Si pensamos un poco, la Biblia termina con la visión de un mundo donde Dios enjugará de los ojos toda lágrima, donde ya no habrá muerte, ni luto, dolor alguno. Leamos en Ap. 2l,4.

El N.T. nos anuncia que esta esperanza de paz se realizó en Jesucristo, pues El es nuestra paz. Leamos Ef. 2,l4

En la Cruz Cristo fundó la paz y destruyó el odio, la violencia, la enemistad. En su cuerpo sufrió la violencia, pero no respondió con violencia, sino que oró por quienes lo perseguían. Cristo mismo pidió a los discípulos que fueran como El, constructores de paz. Veamos Mt. 5,9.

Nosotros no podemos restaurar la unidad sólo con nuestras fuerzas. Es por eso que Jesús nos dejó su paz, infundió en nuestro corazón su Espíritu. Espíritu de paz, de justicia, de reconciliación, de mansedumbre, de caridad, espíritu que transforma nuestro egoismo y nos transforma a nosotros mismos haciéndonos personas nuevas, personas en cuyo corazón reina gozosa la paz de Cristo. Leamos Col.3,l5.

Es nuestra misión de cristianos porque se nos concedió la paz, convertirnos en embajadores de la paz para este mundo. Testigos de la paz.

Desgraciadamente la imagen que ofrece el mundo en que vivimos , incluso nuestras Iglesias, es muy diversa. Nuestras iglesias están separadas. Inclusive las iglesias que creen en Cristo. Las que se denominan católicas. Basta que escucháramos el 4 de junio del año 2004 en la celebración ecuménica como se profesaba la Fe en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.
El testimonio de estas iglesias que creemos en Cristo, que nos confesamos católicos y apostólicos en vez de ser común y en favor de la paz, ha sido antagonista.

En nuestras celebraciones eucarísticas decimos antes de la Comunión “Mi paz les doy”, “la Paz sea contigo”, y antes de recibir a Cristo Eucaristía pedimos “ no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la Fe de la Iglesia...” Esto significa también “ no tengas en cuenta el pecado de la división, el escándalo de la división, de la separación. Todos tenemos motivos para pedir “concédenos la paz y la unidad”.-

Jesús pidió “QUE TODOS SEAN UNO”, leamos Jn. l7,2l. Allí veremos como Jesús pronuncia esta oración ante nosotros, con nosotros y por nosotros.
En esta última década, gracias a Dios se ha logrado grandes progresos en el Ecumenismo y en el Diálogo Interreligioso, puesto que ya no usamos expresiones de odio, de desprecio, de burla recíproca. Se ha desarrollado un nuevo espíritu de fraternidad. Vivimos, trabajamos y oramos juntos. Llegamos inclusive a ser amigos muchos de nosotros.

Pero si contemplamos objetivamente el mundo en que vivimos percibimos signos de un nuevo confesionalismo, intentos de minar el camino que lleva a la unidad.

Los cristianos somos personas de esperanza. No una esperanza ingenua; es un don de Dios, conservado con paciencia . Ver Rm. 5,4.
Un don que nos permite esperar contra toda esperanza . Leamos Rm.4,l8.

El Concilio Vaticano II puso de relieve que el movimiento ecuménico nace del impulso del Espíritu de Dios. Y cuando el Espíritu de Dios inicia algo, siempre lo lleva a su buen fin. No hay motivo para desalentarse . Leamos Jn l4,l.

Jesús comenzó su predicación con una invitación a la conversión. En el Evangelio de Mc l,l5 nos dijo “Conviértanse y crean en el Evangelio”.

Eso mismo vale para el Ecumenismo, si queremos dar pasos concretos hacia adelante. No puede existir ecumenismo sin conversión. Es necesaria la purificación de la memoria y del corazón. No hay ecumenismo sin un cambio de nuestra manera de pensar, de hablar y de comportarnos. No hay ecumenismo sin apertura a la reforma y a la renovación.
También la Santa Iglesia como dice el Concilio Vat.II siempre está necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación.(Lumen Gentium 8).

Es frecuente que cuando hablamos de conversión pensemos en conversión del otro, o de los otros, pero debe comenzar por nuestra propia conversión. No miremos la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el nuestro . Nos lo dice Mateo 7,3.
El ecumenismo es un estímulo a la autocrítica. El Papa Juan Pablo II nos dijo que el ecumenismo desempeña también la función de un examen de conciencia (Ut unum sint,34)., y debe ser una exhortación a pedir perdón. Todos debemos convertirnos a Cristo. En la medida en que nos unimos a El, nos uniremos entre nosotros.

El Cardenal Kasper de quien tomé la mayor parte de las reflexiones, dice que el diálogo es el método mismo del ecumenismo.
No es un simple intercambio de pensamientos y argumentos, se trata de un intercambio de dones.
Podemos aprender uno de los otros, enriquecernos mutuamente.
Debemos ser una bendición los unos para los otros.

El ecumenismo no hace perder nada, es un proceso de crecimiento y enriquecimiento.
A través del diálogo el Espíritu Santo nos guiará a la verdad completa. Veamos que nos dice Jn, l6,l3.

Es necesario tener humildad y capacidad de reconocer que también nosotros necesitamos de los demás.
Es importante la espiritualidad de comunión . Sugiero leer Ef 4,l-3.

El Papa Juan Pablo II nos dijo oportunamente en su encíclica Novo Millenium Ineunte en el número 43 que la espiritualidad de comunión significa dejar espacio a los demás, compartir con los demás sus deseos, sus preocupaciones, sus sufrimientos. Que no nos fijemos en las debilidades de los demás, y que seamos solidarios con ellos, para ayudarles a superar las dificultades. Esto nos une y funda la paz.


A continuación transcribiré un fragmento de la homilía del Papa Benedicto XVI en su primera misa como Pastor Universal de la Iglesia pues en ella trató magistralmente el tema de la búsqueda de la unidad.

«5. Alimentados y apoyados por la Eucaristía, los católicos no pueden dejar de sentirse estimulados a tender a esa plena unidad que Cristo deseó ardientemente en el Cenáculo. El sucesor de Pedro sabe que tiene que hacerse cargo de modo muy particular de este supremo deseo del divino Maestro. A Él se le ha confiado la tarea de confirmar a los hermanos (Cf. Lucas 22, 32).
« Plenamente consciente, por tanto, al inicio de su ministerio en la Iglesia de Roma que Pedro ha regado con su sangre, su actual sucesor asume como compromiso prioritario trabajar sin ahorrar energías en la reconstitución de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo. Ésta es su ambición, éste es su apremiante deber. Es consciente de que para ello no bastan las manifestaciones de buenos sentimientos. Son precisos gestos concretos que penetren en los espíritus y remuevan las conciencias, llevando a cada uno hacia esa conversión interior que es el presupuesto de todo progreso en el camino del ecumenismo.
« El diálogo teológico es necesario. También es indispensable profundizar en los motivos históricos de decisiones tomadas en el pasado. Pero lo que más urge es esa «purificación de la memoria», tantas veces evocada por Juan Pablo II, la única que es capaz de preparar los espíritus para acoger la verdad plena de Cristo. Cada quien debe presentarse ante Dios, juez supremo de todo ser vivo, consciente del deber de rendirle cuentas un día de lo que ha hecho o no ha hecho por el gran bien de la unidad plena y visible de todos sus discípulos.
« El actual sucesor de Pedro se deja interpelar en primera persona por esta petición y está dispuesto a hacer todo lo posible para promover la causa fundamental del ecumenismo. Tras las huellas de sus predecesores, está plenamente determinado a cultivar toda iniciativa que pueda parecer oportuna para promover contactos y el entendimiento con los representantes de las diferentes iglesias y comunidades eclesiales. A ellos les dirige también en esta ocasión el saludo más cordial en Cristo, único Señor de todos.»

Por eso, los invito a pedirle al Espíritu Santo que nos haga instrumentos suyos para construir la paz, para superar cualquier tensión, que el Señor sea con todos misericordioso y nos conceda su paz.


Prof. Milton Iglesias Fascetto
Diácono Permanente

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