sábado, 21 de julio de 2007

ESPIRITUALIDAD DIACONAL

ESPIRITUALIDAD DIACONAL
(Milton Iglesias Fascetto. DP)
Miembro y ministro
El Diácono es miembro y ministro de la Iglesia, y esa realidad debe tenerla presente en su vida y su ministerio.
Debe conocer la cultura, las aspiraciones y los problemas de su tiempo. En este contexto está llamado a ser signo vivo de Cristo Servidor y a la vez debe asumir la tarea eclesial de escrutar a fondo los signos de su tiempo e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación , pueda la Iglesia responder a los interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas.

Por el Bautismo Santos
Todos los bautizados son hechos verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo, santos.
El Sacramento del Orden confiere a los diáconos una nueva consagración a Dios, mediante la cual han sido “consagrados por la unción del Espíritu Santo y enviados por Cristo al servicio del Pueblo de Dios, para edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef.4,12).

De aquí brota la espiritualidad diaconal, que tiene su fuente en la que el Concilio Vaticano II llama “ gracia sacramental del diaconado”.
Además de ser una ayuda preciosa en el cumplimiento de sus diversas funciones, esa gracia incluye profundamente en el espíritu del diácono comprometiéndolo a la entrega de toda su persona al servicio del Reino de Dios en la Iglesia.
El carácter recibido en la Ordenación Diaconal produce una configuración con Cristo a la cual el diácono debe adherir y debe hacer crecer durante toda su vida.

La santificación es compromiso de todo cristiano, y en el diácono tiene un fundamento en la especial consagración recibida. Comporta la práctica de las virtudes cristianas y de los diversos preceptos y consejos de orígen evangélico según el propio estado de vida.
El diácono está llamado a vivir santamente, porque el Espíritu santo lo ha hecho santo con el Sacramento del Bautismo y del Orden y lo ha constituído ministro de la obra con la cual la Iglesia de Cristo, sirve y santifica a la humanidad.

El diácono en virtud de su ordenación está verdaderamente llamado a actuar en conformidad con Cristo Servidor y en cuanto a servidor del Padre en la obra de la redención de la humanidad, Cristo constituye el camino, la verdad y la vida de cada diácono en la Iglesia.

Toda la actividad ministerial tendrá sentido si ayuda a conocer mejor, a amar y seguir a Cristo en su diaconía. Por tanto los diáconos deben esforzarse por conformar su vida con Cristo, y no podría vivir fielmente su configuración con Cristo, sin participar de su amor por la Iglesia “ hacia la que no puede menos de alimentar una profunda adhesión, por su misión y su institución divina “.

El rito de la ordenación pone de relieve la relación que viene a instaurarse entre el Obispo y el Diácono: sólo el Obispo le impone las manos e invoca sobre él la efusión del Espíritu Santo, por eso, todo diácono encuentra la referencia del propio ministerio en la comunión jerárquica con el Obispo.

La ordenación diaconal , resalta además otro aspecto eclesial: comunica una participación de ministro a la diaconía de Cristo con la que el Pueblo de Dios, guiado por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, y con la colaboración de los presbíteros , continúa el servicio de la redención de la humanidad. El diácono, está llamado a nutrir su espíritu y su ministerio con un amor ardiente y comprometido por la Iglesia y con una sincera voluntad de comunión con el Papa, el propio Obispo y los presbíteros de su diócesis.

El diácono está destinado por medio del sacramento a servir a sus hermanos y hermanas necesitados de salvación. Debe crecer en la imitación del amor de Cristo por la humanidad, que supera los límites de toda ideología humana, y ésta será la tarea esencial de la vida espiritual del diácono.

Medios de Vida espiritual

Organizará su ministerio y sus obligaciones familiares, profesionales, laborales, de manera que progrese en la adhesión a la persona y a la misión de Cristo Servidor.

El diácono es discípulo del Evangelio en proceso de conversión con todo el Pueblo de dios. Discípulo y maestro del Evangelio.
Como los hermanos Presbíteros, el Diácono es predicador en contínua conversión, necesitado de la Madre Iglesia que a todos pastorea .

Debe el diácono, como todo ministro ordenado, evitar convertirse en profesionales del ministerio.

En la opción de diáconos permanentes hombres casados, debe recordar el diácono que debe ser servidor en la vida del matrimonio, en lo laboral, y en la vida ministerial.

Jesús fue muy claro, dijo a los discípulos “ Si alguno quiere ser el primero que se haga el último y servidor de todos” ( El diácono de todos) Mc.9,36.

Jesús vino a diaconar hasta dar la vida. El diácono debe ser humilde servidor del Señor, salir al encuentro de las demás personas, asumir la condición del otro, con humildad, compasión, bondad, misericordia y ternura. Jesús es muy humano, y nos pide ser misericordiosos.

Jesús no se quedó en sentimentalismos, pasó a la acción. El ministerio diaconal está en nuestras pobres personas, pero debe ser expresión de la ternura de Jesús por los pobladores del Montevideo de hoy.

La realidad es cruel, egoista y en ella la Iglesia debe ser Sacramento de la Misericordia de Dios. Los diáconos tienen una especial responsabilidad en esta tarea de hacer explícita la misericordia de la Iglesia madre por todos los seres humanos.


El diácono es Ministro de la Palabra, por tanto debe leerla, meditarla, conocerla vivirla, y trasmitirla.

Ministerio de la Liturgia

La Palabra creída y proclamada es celebrada. El ministerio de los apóstoles es fruto de la oración de Jesús.
Dios “hace” a sus ministros. Los siete primeros diáconos fueron hecho ministros “ los presentaron, hicieron oración y les impusieron las manos”.

El ministerio diaconal está vinculado a la oración personal y comunitaria y jamás debe ser descuidada.

Con la Iglesia al diácono debe preocuparle todo lo humano y cada uno de los seres humanos relacionados con la realidad en la cual se mueve.

Todo diácono debe recordar siempre que, como miembro de la jerarquía sus actos y sus declaraciones comprometen a la Iglesia. Por tanto es esencial para su caridad pastoral verificar la autenticidad de la propia enseñanza, la comunión efectiva y clara con el Papa, con el Obispo , y no sólo en cuanto al símbolo de la fe, sino también en relación a la enseñanza del Magisterio ordinario y a la disciplina, en el espíritu de la profesión de fe, previa la ordenación y del juramento de fidelidad.

Cuanto más se acerque el diácono a la Palabra de Dios, tanto más sentirá el deseo de comunicarla a sus hermanos. En la Escritura es Dios quien habla a la humanidad; en la predicación, el ministro sagrado favorece este encuentro salvífico.
El diácono dedicará su más atento cuidado a predicar incansablemente la Sagrada Escritura, para que los fieles no se priven de ella por la ignorancia o pereza del ministro y estará íntimamente convencido del hecho de que el ejercicio del ministerio de la Palabra no se agota en la sola predicación.

Cuando el diácono bautiza, cuando distribuye la Comunión Eucarística, o sirve en la celebración de los demás sacramentos o sacramentales, verifica su identidad en la vida de la Iglesia: es ministro del Cuerpo de Cristo, cuerpo místico y cuerpo eclesial; y debe recordar que las acciones de la Iglesia, si son vividas con fe y reverencia, contribuyen al crecimiento de su vida espiritual y a la edificación de la comunidad cristiana.

En su vida espiritual los diáconos deben dar la debida importancia a los sacramentos de la gracia, y participar con particular fe en la celebración del Sacrificio Eucarístico, y si es posible ejercitando el propio munus litúrgico y adorar con asiduidad al Señor presente en el Sacramento, ya que en la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la evangelización “ se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”. En la Eucaristía el diácono encontrará verdaderamente a Cristo, que, por amor a los seres humanos, se hace víctima de expiación, alimento de vida eterna, amigo cercano a todo sufrimiento.

Por ser conscientes de la propia debilidad y confiando en la misericordia divina, accedan los diáconos con regular frecuencia al sacramento de la reconciliación no sólo para recibir el perdón de las culpas sino para ser impulsados hacia la plenitud de la caridad.

El diácono debe ser hombre de oración, que en el diálogo personal con Dios, recibirá la luz y la fuerza necesarias para seguir a Cristo y para servir a la humanidad en las diversas vicisitudes.


María Madre

El amor a Cristo y a la Iglesia está profundamente unido a la Bienaventurada Virgen María, de quien debe el diácono imitar sus virtudes y confiarse a ella, mirándola con veneración y afecto filial.

Matrimonio estímulo de la diaconía

También el sacramento del matrimonio, que santifica el amor de los cónyuges y lo constituye signo eficaz del amor con el que Cristo se dona a la Iglesia es un don de Dios y debe alimentar la vida espiritual del diácono casado. En el matrimonio el amor se hace donación interpersonal, mutua fidelidad, fuente de vida nueva, sostén en los momentos de alegría y de dolor. En el matrimonio el amor se hace servicio.
Vivido en la fe, este servicio familiar es, para los demás fieles, ejemplo de amor en Cristo y el diácono casado lo debe usar también como estímulo de su diaconía en la Iglesia.

El diácono casado sentirá la responsabilidad de ofrecer un claro testimonio de la santidad del matrimonio. Un amor sacrificado y recíproco entre los esposos constituirá la implicación más significativa de la esposa del diácono en el ministerio público de su marido en la Iglesia.

El diácono y su esposa deben ser un ejemplo vivo de fidelidad e indisolubilidad en el matrimonio cristiano ante un mundo que necesita a gritos tales signos.

Ante la viudez del diácono o de su esposa, la Comunidad Cristiana debe hacer todos los esfuerzos posibles por acompañarles y ayudarles con gran caridad y cuando sea la esposa la que sufra la viudez ,- según las posibilidades- no deberá ser descuidada por los ministros ni por los fieles en sus necesidades.-

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