En el año de
la Fe ¿ me vendrá bien confesarme?
(Por el
D.P.Milton Iglesias)
¿para qué
confesarme? no sólo en este año dedicado a la Fe sino durante todos los años,
durante toda mi vida. ¡ Es que me de vergüenza! ¡ al fin y al cabo el Sacerdote
es un hombre como nosotros, también sujeto al pecado! ¿ será capaz de
comprenderme o simplemente me pasará una
buena raspa? ¿ guardará mi secreto? Porque sino tendría que buscar uno de un
lugar alejado que ni me conozca siquiera….
Vamos por
parte. Empezando por el final, el Confesor tiene que guardar el secreto de
confesión bajo pena de excomunión para él, sería un pecado gravísimo que
cargaría sobre sus hombros y que le costaría muy muy caro.
No sólo
todos, absolutamente todos somos sujetos al pecado, sino que existe de verdad y
que caer en él nos hace muy mal en lo personal apartándonos del amor de Dios y
recae sobre toda la comunidad. Cuando el Sacerdote nos absuelve nos reconcilia
con Dios, con la comunidad de la Iglesia y con nosotros mismos.
Nos rodea la
violencia de todo tipo, las injusticias, los egoísmos, celos, venganzas, la
violencia moral en la pornografía sobre todo por Internet, las tentaciones al
pecado de consumismo, de aprovecharnos de otros, de escalar en el poder pisando
a quien fuere, y tantas y tantas otras formas de pecados. Caer en el pecado es
debilitar nuestro corazón al amor verdadero, es caer en las garras de quien nos
quiere separar de Dios. ¡ Y en este mundo si habrá quienes procuran destruir la
relación de amor entre Dios y la humanidad!
No debemos
olvidarnos que si bien existe el mal, también existe el bien y es mayor que el
mal. ¡ Qué hermoso es sentir que vivimos rectamente en relación al amor de
Dios! Y Dios es infinitamente misericordioso y compasivo. Por eso cuando nos
confesamos, cuando nos reconciliamos nos sentimos amados de modo nuevo por ese
Dios tierno y misericordioso. Y a no
olvidarnos que también la Reconciliación nos fortalece para tender a la santidad,
para vencer las tentaciones, es sentir que estamos curados, sanados del pecado
y podemos experimentar el ser amados por Dios y sentirnos nuevamente hermanados
en la comunidad eclesial.
No perdamos
la ocasión de sentir ese santo alivio, esa paz interior y el goce de la
transformación espiritual experimentada.
¡Ánimo, Ave
María y adelante, a confesarnos con frecuencia!.
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